Hamster
Estoy empezando a preocuparme por las derivas que toma mi mente. Hoy mismo, sin ir más lejos, atendiendo a una buena presentación resumen de “cómo ha ido el año” en el gran consumo, me ha vuelto a ocurrir.
He vuelto a ver al hámster. Si, a ese roedor que tuvo su momento como animal doméstico y que seguramente reunía una serie de características que lo hacían la mascota ideal. Características que, por supuesto, desconozco. He vuelto a ver al hámster subido en esas “ruedas” infernales que solían ser mobiliario obligado en sus jaulas. Y he pensado en aquellos peludos animales trotando sin cesar, mirando siempre hacia abajo y hacia adelante para no tropezar, esforzándose para no moverse de sitio. Un gato doméstico, ante la misma tentación giratoria decidiría no entrar, o bajarse enseguida, o incluso echarse una cabezada en una postura inverosímil.
Pues bien, los seres humanos en general, y un servidor en particular, me da que nos estamos pareciendo cada vez más al hámster y menos al gato. Nos han puesto ruedas giratorias por todas partes en nuestra habitación (¿jaula?) global y, por sorprendente que pueda parecer, subimos en todas las que podemos y ponemos todo nuestro empeño en la carrera. Sin mirar atrás para no caernos. Sin pensar si quiera en quién o quiénes han puesto esos endemoniados artefactos ahí, a nuestro alcance.
En la presentación de hoy se hablaba de la falta de tiempo como factor causal de muchos comportamientos (por cierto, nada halagüeños para los que estaban escuchando). Nos gustaría, por ejemplo, tener tiempo para hacer cosas impensables como cocinar, pero como no lo tenemos compramos y consumimos de una determinada y frenética manera. Como no tenemos tiempo, también priorizamos lugares para comprar en los que podamos encontrarlo todo, llenar la cesta como autómatas (esto lo añado yo, es de mi propia cosecha) y largarnos rápidamente para “disfrutar” esas escasas horas que nos deja libres la extensa jornada de trabajo (¿?) que nos hemos metido entre pecho y espalda. Para “disfrutarlas”, posiblemente, hablando con el gato o con el hámster, pues cada vez son más también los hogares unipersonales…
Durante la comida, un admirado empresario me decía que en el 2032 nos podremos “vacunar” y así ser inmortales. Me animaba a buscarlo en internet, que allí lo dice. Consideraciones estéticas y prácticas al margen (las éticas se las dejo a otros), a ese día todo pinta a que llegaré cansado si no me bajo pronto de la/s rueda/s. Y quizá no me apetezca seguir corriendo para, gracias a ello, disfrutar solamente de las migajas de mi existencia.
Vuelvo entonces a ver al hámster en mi cabeza. Esta vez fuera de la rueda. Erguido y dedicándome con maestría un corte de mangas.
Creo, dicho sea con todo el respeto hacia los fabricantes de ruedas, ejes y jaulas, que otras realidades son posibles. Quizá incluso deseables. Que podemos cambiar la rueda por el sofá o por la bicicleta. Que podemos cambiar el vivir para tener tiempo por el tener tiempo para vivir. Que podemos preferir la sonrisa a la rapidez. El paseo al parking. El sabor al brillo. La conversación al click.
Recuerdo, por fin, una anécdota que me contaba mi abuela cuando a los 80 años fue al médico del pueblo a tomarse la presión. Aquél le preguntó si se la había tomado antes alguna vez y, ante su negativa y perplejidad, le dijo sabiamente: “¡pues siga sin tomársela!”. No vivió mucho más, pero les aseguro que para vivir lo que vivió ella tendré que vacunarme.
Desgraciadamente, incluso escribiendo estas palabras, no he sido capaz de bajar de la rueda. Estoy condenado.